domingo, 20 de octubre de 2024

El Señor de la Noche

Cuando el sol se pone viaja por debajo de la tierra convirtiéndose en el Señor de la Noche. En el "otro lado del mundo" el sol nocturno pasa cerca de la tierra habitada por los seres de la oscuridad. En el dibujo del universo hecho por las tejedoras maya el camino del sol, de un lado al otro del cielo, es representado por una ligera línea amarilla que conecta dos pequeños rombos -el este y el oeste- con un gran rombo central. Este rombo central tiene rizos a cada lado figurando alas y se llama pepen (mariposa), símbolo del sol de día. La mariposa es utilizada como metáfora del tránsito solar porque ella también se convierte en habitante del inframundo cuando el día cambia a la noche. En los Altos de Chiapas las mariposas y los murciélagos -moradores de las grutas que son consideradas puertas hacia el otro lado del mundo- se alimentan de las mismas flores. En la tenue luz del atardecer uno puede descubrir a una mariposa aleteando entre los arbustos del jardín, a lo largo de las milpas o en los zapotales, así como sorprender a un murciélago volando por el sitio.


Oxyoket ©DLeynaud


Oxyoket en maya tsotsil significa "tres piedras" y es el topónimo del volcán conocido también con el apelativo nahuatl de Huitepec. El fértil y húmedo valle que se extiende a sus pies estuvo originalmente poblado por grupos nativos que al llegar los conquistadores se desplazaron hacia la zona boscosa del altiplano en busca de refugio. Esto ocurrió en 1524 cuando se intentó someter a los señoríos mayas de la región; vencedores en primera instancia los españoles y sus aliados indígenas prefirieron sin embargo no arriesgarse a incursionar en las tierras altas. Recién en 1526 y a partir de la entrega de títulos de encomienda se encaminaron hacia las montañas con la intención de obligar a los colectivos bats’i viniketik* allí asentados a pagar tributo en forma de alimentos y textiles. A la sazón, la población nativa que permaneció en el valle había comenzado a sufrir hambrunas y desnutrición debido al abandono de las milpas y la consiguiente falta de alimentos, a lo que se le sumó el contagio de enfermedades frente a las cuales no poseían inmunidad biológica, como la viruela y la tos convulsa. En 1528 un nuevo contingente de europeos al mando de Diego de Mazariegos inició la ocupación definitiva del valle de Jovel. Mazariegos fundó un asentamiento que se llamó "Villa Real" (luego Ciudad Real) en un sector del valle rodeado de aguadas. Una de sus primeras medidas fue establecer la “reducción de pueblos", concentrando a las comunidades indígenas en poblaciones compactas que pagaban tributo a los españoles mediante el trabajo repartido en el obraje urbano y las encomiendas. Esto significó para ellos el fin de la propiedad de sus tierras ancestrales, las que debieron abandonar para instalarse en conglomerados aledaños a la ciudad, quedando libres enormes extensiones en el interior para su reparto entre los europeos. En 1544 el dominico fray Bartolomé de Las Casas es nombrado primer obispo de la provincia virreinal de San Vicente de Chiapa y Guatemala, instalándose en Ciudad Real. Allí ejerció desde su llegada una aguerrida defensa de los naturales ante los abusos a los que eran sometidos, lo que le valió enfrentar acalorados y no pocos pleitos con los encomenderos. 

En la representación del cosmos indígena "Oxyoket" simboliza las "tres piedras del hogar", aquellas que sostienen el comal celestial sobre el fuego primigenio, en el centro del mundo.

La historia del universo maya se cuenta a través de los mitos y habla de la aparición de varios soles primitivos que, al igual que los hombres, eran creaciones incompletas que fueron sucediéndose hasta alcanzar una forma última, que es la que representan en el tiempo actual. En las antiguas historias Quichés narradas en el Popol Vuh se describe a esos seres anteriores que vivieron en una era en la que no se había alcanzado aún el orden cósmico y fueron reemplazados, luego de pasar por varias pruebas en el inframundo, por el Sol y la Luna de la edad última: Hunahpú, "Uno Cazador", el Sol diurno e Ixbalanqué, "Sol Jaguar", el Sol nocturno o la Luna. 


Las cosas de la noche

El cerro es un lugar de lo nocturno, tal como lo describe Manuel, indígena de Chenalhó -una localidad de los Altos de Chiapas- en sus conversaciones con la antropóloga Calixta Guiteras Holmes, que fueron publicadas en el libro "Los Peligros del Alma: visión del mundo de un Tsotsil ". Manuel describe el cerro en el espacio del mundo pre-solar, es decir antes de que la luz y el trabajo del hombre lo transforme en milpa y domestique parte de su naturaleza. El cerro, vestigio viviente y poderoso de un mundo arcaico, si bien es proveedor de mantenimientos vitales conserva espacios ominosos y oscuros, opone barreras a la luz del sol mediante el grosor de sus árboles o la profundidad de sus grutas. Manuel lo expresa claramente: "En la montaña, en el monte, está muy oscuro, hay culebras, hay xab (sumideros), hay cuevas, hay xpakinte’ (una mujer peligrosa que hace extraviar o enfermar a los viajeros demasiado audaces), hay ‘ik’al (negrura) y nos espantamos, es un gran peligro...". Segmentos de la noche permanecen en el día y todo lo que se presenta de manera imperfecta a la mirada del divino sol y sus rayos constituye un lugar peligroso, recorrido por criaturas nocturnas a las que la oscuridad da refugio aún durante el día. El Sol no puede dirigir su luminosidad a los lugares más profundos, por lo tanto el simple hecho de penetrar en la densa oscuridad constituye un peligro que Manuel menciona de manera profusa a Calixta.


*Nativos de la tierra, en tsotsil "hombres verdaderos"

domingo, 8 de septiembre de 2024

Usumacinta

©Gertrude Duby

Del mismo modo que se desconocen los motivos del colapso y la diáspora de los señoríos que florecieron durante casi un milenio en las tierras centrales mayas, es también una incógnita el origen del pueblo lacandón. Se piensa que estos últimos se asentaron sobre el territorio que se extiende al sur del cauce alto del río Usumacinta entre los siglos XVII y XVIII. Etnia errante que finalmente encontró su lugar en lo profundo de la selva azul que separa los altos de Chiapas del altiplano guatemalteco, vestigio fantasmagórico de una cultura milenaria que se evapora como la niebla bajo el rutilante sol de la mañana. Despojados de sus últimos espacios vitales desde hace más de cincuenta años, destruido su hábitat por el extractivismo y la usura de otros hombres, hoy no queda más que un sollozo de agonía. Pueblo oculto, guardián de métodos, quienes no te ignoran te recuerdan y respetan.  

domingo, 25 de agosto de 2024

Una selva herida de muerte

                                                                          
©Gertrude Duby


Por Jan de Vos

La Selva Lacandona, parte nororiental del estado mexicano de Chiapas, deriva su nombre de un grupo indígena que vivía en ella desde época prehispánica, los lacandones. Durante la colonia así llamaban los españoles a los indios de Lacam Tun. Con ese nombre, que quiere decir Peña Grande, o Penón (de lacam: grande; y tun: piedra), los lacandones designaban la isleta principal del lago Miramar, lugar en el que tenían edificada la pequeña cabecera de un extenso territorio selvático. Los españoles cambiaron el topónimo maya Lacam Tun por Lacandón y utilizaron ese nombre castellanizado para indicar, no solo la isla, sino también la laguna y la comarca en su derredor. En el siglo XIX los monteros que cortaban caoba y cedro en la región ya no usaron el nombre colonial y llamaron a esta parte de la selva el "Desierto de Ocosingo" o "El Desierto de la Soledad", en tanto que el lago Miramar era conocido por ellos como "Buenavista". Los nombres Selva Lacandona y Miramar son denominaciones más recientes, puestas por los exploradores madereros en los años veinte del siglo pasado. Cabe mencionar que el concepto moderno de Selva Lacandona, ademas de ser botánico y geografíco, también es político, puesto que indica exclusivamente a la porción mexicana del bosque tropical centroamericano. En realidad, éste se extiende también sobre una buena parte de El Petén guatemalteco, por lo tanto era más congruente la concepción colonial según la cual El Lacandón abarcaba los bosques de ambos lados del río Usumacinta. 

La historia de la selva Lacandona se puede dividir fácilmente en tres grandes períodos: las épocas prehispánica, colonial y moderna. Aquí solo hablaremos de la última época. Para la anterior remito al libro "La Paz De Dios y del Rey - La conquista de la Selva Lacandona por los españoles, 1525-1821" (Fondo de Cultura Económica, 1988). Como el título indica la selva fue entonces objeto de una penetración llevada a cabo por frailes y soldados del gobierno español, que finalizó con la aniquilación, en el año 1695, de la autonomía de los indios Lacam Tun, última nación originaria libre de Chiapas.
                                                         
La historia moderna de la selva también trata de una conquista, pero sin embargo el objeto por conquistar ahora se ve diversificado. Como en épocas anteriores la selva siguió siendo zona de refugio para una pequeña comunidad indígena (unos 500 individuos a principio del presente siglo)*, identificada como lacandones por autoridades y estudiosos pero llamados caribes o caribios por sus vecinos tzeltales y por ellos mismos en su trato con extraños. En el transcurso del siglo XIX la Selva Lacandona se reveló como una zona particularmente rica en joyas arqueológicas y en maderas preciosas. A éste palmarés se añadió a mediados del siglo XX su potencial como tierra virgen a la espera de ser colonizada, y a partir de los años setenta su vocación de terreno apto para la insurgencia guerrillera. Aún más reciente ha sido su identificación como la reserva más importante del país en cuanto a energía hidroeléctrica y, como si todo esto no fuera ya suficiente, también en cuanto a biodiversidad. Este abanico de calificaciones hace posible narrar la nueva conquista desde, por lo menos, seis perspectivas diferentes: el estudio progresivo de los lacandones por la antropología; la explotación cada vez más exhaustiva de las ruinas mayas; la acelerada destrucción de la vegetación original y los múltiples, pero vanos, intentos de ponerle un alto; el avance de los frentes de colonización humana sobre los espacios verdes cada vez más reducidos de la selva; la aparición de la insurgencia armada y la inmediata respuesta del gobierno con una militarización fuera de toda proporción; por último, la pesadilla de una posible privatización y manipulación neoliberal, no solo de la fauna y flora sino también de los recursos resguardados en el subsuelo.

Cada tipo de conquista, obviamente, fue realizada por agentes de penetración muy especiales: antropólogos, arqueólogos, misioneros, monteros, campesinos, ganaderos, guerrilleros, soldados, funcionarios, empresarios, etcétera. También existe diferencia en cuanto al momento del inicio de cada conquista. La curiosidad antropológica comenzó en 1786, año en que el cura de Palenque visitó por primera vez un caribal lacandón. La investigación arqueológica se inicia en 1787, año en que un oficial del ejército español describió por primera vez las ruinas de Palenque. La explotación maderera arranca en 1822, año en que un funcionario chiapaneco propuso abrir la selva al corte de caobas y cedros. La población por campesinos sin tierra se realiza a partir de 1930, y finaliza alrededor de 1980 (desde entonces habría que agregar la reubicación "oficial" de desplazados internos)*.

La ocupación militar por el ejército mexicano, iniciada después de enero de 1994, se ha ido consolidando con los años y no da señal de terminar pronto. Finalmente, la penetración empresarial postmoderna está desplegándose en este mismo momento ya que el plan Puebla-Panamá, lanzado por el gobierno a principios de 2000, incluye entre sus objetivos el aprovechamiento de los recursos bióticos de la selva por medio las tecnologías más avanzadas del momento.

En esta introducción no daré cuenta de las trayectorias excepcionales que en la Selva Lacandona tuvieron la antropología y la arqueología. Igual que en otras regiones de México ambas disciplinas se movieron aquí en un círculo académico totalmente restringido, que no intervino para nada en los procesos que afectaron y afectan a la región en el plano ecológico y humano. En cambio, 100 años de explotación forestal seguidos de 50 años de colonización campesina alteraron la selva mucho más que todos los siglos precedentes de ocupación prehispánica y colonial. El drama lacandón empieza en 1822, año en que un tal Cayetano Ramón Robles, funcionario del gobierno de Chiapas, solicita autorización y medios para explorar la cuenca del río Yataté hasta su desembocadura en el río Usumacinta. Ademas de la apertura de los dos ríos como ruta navegable, Cayetano Ramón Robles prometió establecer unos cortes de caoba y cedro con el objetivo de "ofrecer a la nación toda la madera de construcción y el alquitrán que fuera necesario". A raíz de esa petición, en 1826 se organizó una expedición a la selva cuyos pormenores conocemos gracias al diario escrito por su responsable, el subteniente José María Esquinca. El rotundo fracaso de la expedición llevó a las autoridades chiapanecas a negar su apoyo a todo nuevo intento de penetración en la selva. Así, dejaron el campo abierto a la iniciativa de los madereros tabasqueños. En 1859, un comerciante de Balancán, Felipe Marín, botó 72 trozas de caoba al río Lacantún y recupero más tarde 70 de ellas en Tenosique. Gracias a ese "experimento" algunos monteros establecieron, a partir de 1860, pequeños cortes (áreas de desmonte)* en las orillas de los ríos Pasión y Usumacinta. Una década más tarde esas intervenciones se multiplicaron, sobre todo en la cuenca del río Lacantún, entonces la zona más rica en madera preciosa.



Es muy importante mencionar que en aquella época la zona oriental de la selva no era considerada, ni reclamada, por el gobierno mexicano como parte del territorio nacional. Tabasqueños y peteneros se repartían entre ellos la jurisdicción sobre las cuencas del río Usumacinta, aceptando como línea divisoria, primero el río Lacantún, desde la desembocadura del río Ixcán hasta la confluencia con el río Chixoy o Salinas; después el río Usumacinta hasta la desembocadura del arroyo Yaxchilán, al sur de las ruinas mayas conocidas actualmente bajo el mismo nombre. El noroeste de la cuenca correspondía a Tabasco (México)*, y el sureste a El Petén (Guatemala)*. El gobierno de Chiapas no ejercía entonces ninguna forma de control administrativo sobre la región fronteriza. 

En 1880 se efectuó un cambio importante en la explotación maderera de la Selva Lacandona. Entraron en escena tres poderosas compañías con sede en la ciudad de San Juan Bautista (el nombre original es Villahermosa de San Juan Bautista)*, la capital de Tabasco. Valenzuela e Hijo, Jamet y Sastré y Bulnes Hermanos. Estas tres empresas hasta entonces habían cortado caoba y palo de tinte en el litoral tabasqueño, pero decidieron abrir un segundo frente de explotación en la Selva Lacandona preocupadas por el inminente agotamiento de las reservas en Tabasco. Al mismo tiempo se lanzaron a la conquista de las cuencas fluviales en donde las especies preciosas abundaban más. Los cortes de madera, hasta entonces empresas modestas y locales, se convirtieron en una industria de gran envergadura, que conquistó su lugar en el mercado mundial gracias al apoyo financiero de inversionistas y exportadores extranjeros. La caoba lacandona era embarcada en los puertos del golfo de México y vendida en los muelles de Londres, Liverpool y Nueva York a precios de oro bajo el nombre de "madera de Tabasco". La Casa Valenzuela y Jamet y Sastré tuvieron la mala suerte de establecer sus monterías en los ríos que formaban la frontera entre México y Guatemala y se vieron involucradas en la "cuestión de los límites", que envenenó de 1882 a 1895 las relaciones entre los dos países. El mismo problema afectó a la Casa Romano y a la casa Schindler, dos empresas madereras que iniciaron cortes a partir de 1892, la primera en el río Tzendales y la segunda en el alto Usumacinta. Las rivalidades entre las cinco casas tabasqueñas agudizaron de tal manera el conflicto internacional que el gobierno mexicano, en la persona de Porfirio Díaz, casi le llegó a declarar la guerra a su vecino guatemalteco. La calma regresó in extremis gracias a un arreglo celebrado en 1895. A partir de esa fecha se inició la época de oro de la caoba lacandona. La política económica liberal propulsada por el régimen porfiriano estableció las condiciones ideales para que los capitalistas extranjeros invirtieran en el país grandes sumas de dinero. La extracción de la madera preciosa participó de lleno en el proceso, más aún, hubo pocas explotaciones tan "vendidas al extranjero" como el corte de caoba.

Al terminar el siglo XIX, todos los terrenos de la Selva Lacandona bañados por ríos capaces de llevar a flote las trozas (troncos)* en las épocas de creciente estuvieron en manos de compañías privadas en forma de concesiones temporales para la explotación de la madera preciosa. Toda la zona se cubrió con un número impresionante de monterías. Los métodos de trabajo utilizados eran primitivos: el árbol era tumbado con el hacha, luego arrastrado por tiros de bueyes y transportado a flote por la corriente de los ríos. Las condiciones de los trabajadores eran muy duras: los peones vivían en una semi-esclavitud, amarrados al campamento por las deudas y por más de 100 kilómetros de vegetación tropical casi imposible de franquear.

En 1902 este panorama recibió un elemento nuevo con la apertura de la Selva Lacandona a la política deslindadora. Con base en la Ley de Deslinde de 1894 dos empresarios del Distrito Federal, Rafael Dorantes y Luis Martínez de Castro, pidieron al gobierno federal el permiso de explorar, medir, fraccionar y enajenar la selva. Ante la amenaza de perder sus zonas de explotación las compañías tabasqueñas decidieron convertirse en compañías deslindadoras. De esta manera se hicieron propietarias de los terrenos que antes solo tenían en arrendamiento. El resto de la selva cayó en manos de los empresarios del Distrito Federal y de un noble español, el Marqués de Comillas. El impacto de la privatización fue tal que hasta tiempos muy recientes los mapas y estudios geográficos siguieron utilizando las divisiones prediales nacidas durante el porfiriato. Más aún, hasta el día de hoy se continúa identificando a la zona sur de la selva con el nombre de su antiguo dueño: Marqués de Comillas.

En 1913 se produjo en la explotación maderera un nuevo cambio, tan fundamental como el sucedido en 1880. Desde Tabasco la Revolución Mexicana llegó a las monterías en la persona de un destacamento de soldados constitucionalistas. Los trabajadores esperaban del cambio político la liberación definitiva de los malos pagos y los malos tratos; los empresarios, por su parte, previeron el hundimiento total de sus lucrativos negocios. Ni una ni otra cosa sucedió. Las tropas desmantelaron varios campamentos pero no lograron acabar con todos. Las compañías madereras reanudaron los cortes una vez que los soldados abandonaron la selva. Sin embargo, el proceso de producción maderera fue seriamente afectado por la revuelta. Además, en el otro extremo de la cadena comercial también hubo un cambio radical: el estallido de la Primera Guerra Mundial y, como consecuencia, la pérdida del mercado europeo. A partir de 1915 la extracción de madera en la selva entró en un lento e irreversible retroceso. Las grandes empresas porfirianas desaparecieron una tras otra y fueron reemplazadas por compañías más modestas que a su vez dejaron de funcionar al cabo de unos años. Los latifundios sufrieron la intervención del gobierno, algunos fueron fraccionados, otros fueron nacionalizados. Los métodos de trabajo continúaron siendo primitivos y las condiciones laborales empeoraron. Los castigos infligidos a los peones de las monterías llegaron a ser, durante los años veinte del siglo pasado, objeto de denuncias a nivel nacional e internacional. Esta decadencia progresiva de la actividad llegó a su fin cuando, en 1949, el gobierno mexicano decidió prohibir la exportación de madera en rollo. Con dicha medida se clausura un negocio lucrativo que duró más de 70 años. 

Sin embargo a partir de la década de los cincuenta nuevas empresas madereras, siempre con capital extranjero, volvieron a establecerse en la Selva Lacandona, ésta vez apoyándose en tecnología de última generación. Al unísono, campesinos y ganaderos llegados de otros lugares intensificaron su avance sobre las zonas vírgenes. Estos nuevos pobladores eran en su gran mayoría indígenas que habían abandonado sus pueblos de origen en Los Altos por falta de tierra cultivable, o habían salido de las haciendas ganaderas y cafetaleras de la Franja Finquera por ya no encontrar cabida allí, o por no aguantar más las duras condiciones laborales. Constituyeron una segunda generación de colonos que ocuparon los espacios agrestes que los pioneros de años anteriores no habían podido, ni querido, ocupar. El gobierno del estado consideraba a esas "salidas" espontáneas como una bienvenida y cómoda solución al problema agrario, ya que le liberaba de la obligación de afectar a los terratenientes in situ. No cabe duda que estos colonos iniciaron, a partir del medio siglo, la destrucción de la selva. Ellos no eran gente interesada en aprovechar la riqueza forestal, consideraban mas bien al bosque como un adversario que era necesario eliminar. Su sueño era convertir el monte en milpas y en potreros, y para conseguirlo empleaban un método sencillo y antiguo: la roza-tumba-quema.

En 1964 encontraron un aliado inesperado en la empresa Aserraderos Bonampak, con sede en Chancalá, región de Palenque. Esta compañía campechana, contratada por Maderera Maya para explotar sus terrenos en el bosque, introdujo maquinaria moderna con la cual aceleró enormemente el ritmo del corte y transporte de las trozas. Ademas, al abrir grandes brechas hacia puntos hasta entonces inaccesibles indujo a los colonos a instalarse a lo largo de esos nuevos caminos según fueron avanzando los campamentos de exploración. De 1964 a 1974, madereros, campesinos y ganaderos formaron tres frentes de destrucción que se unieron para devastar, en un tiempo récord, la parte noroccidental de la selva. La tala llevada adelante por Aserraderos Bonampak y por las decenas de colonias de campesinos hambrientos de tierras no dejo de preocupar al gobierno federal, pero éste no reaccionó ni a tiempo ni con las políticas adecuadas. En 1972 creó la llamada "Zona Lacandona", con una superficie de 614.321 hectáreas, proclamándola "tierra comunal que desde tiempos inmemoriales perteneció y sigue perteneciéndo a la tribu lacandona". Intentó así poner fin al avance de los colonizadores espontáneos en la parte norte y oeste de la Selva Lacandona y cerrar el centro de la misma a toda forma de penetración.



Dos años mas tarde, en 1974, se creó por decreto presidencial la Compañía Forestal de La Lacandona S.A. (COFOLASA) con el fin de eliminar la iniciativa privada de la explotación forestal y ponerla bajo control y provecho propio. Finalmente en 1978 hizo un nuevo intento de proteger un importante núcleo de bosque virgen contra la inminente invasión humana con la creación de la Reserva Integral de la Biosfera "Montes Azules", asignándole una superficie de 331.200 hectáreas. Estas cuatro medidas son solamente las que se plasmaron en documentos oficiales, hay que añadir a ellas un sinnúmero de proyectos y programas desarticulados entre sí elaborados por decenas de instituciones gubernamentales, tanto a nivel federal como estatal, muchos de los cuales nunca llegaron a realizarse o quedaron a medio camino. Contemplándola en conjunto uno no puede evitar la impresión de que la política oficial ha sido a menudo poco definida y a veces francamente contradictoria y contraproducente a las necesidades.

El ejemplo más flagrante de esa falta de coherencia y eficiencia es precisamente el decreto de 1972 que proclamo a 66 jefes de familia lacandones como dueños legítimos de más de 600.000 hectáreas, convirtiéndolos en latifundistas con derecho a tierras mucho mayores de las que habían pertenecido en la década anterior a los accionistas de Maderera Maya. Este documento populista hecho a todo vapor originó un grave enfrentamiento entre los nuevos propietarios y unos 5000 tzeltales y choles que desde hacía tiempo habían establecido más de 30 colonias dentro de la zona, para ellos ahora prohibida. Los miembros de una veintena de colonias no vieron otra solución que abandonar sus asientos y reagruparse en dos grandes centros de población llamados, muy significativamente, "Frontera Echeverría" (por Vicente Echeverría, a la sazón presidente de México)* y "Doctor Velazco Suárez" (por Manuel Velazco Suárez, gobernador priista de Chiapas entre 1970 y 1976)*. El desalojo forzoso de los desplazados y su reubicación en las dos reducciones echeverristas significaron para el gobierno una pesada carga económica y causaron graves desajustes socioculturales entre los campesinos afectados. Las veinte comunidades que accedieron a la reducción actuaron de ese modo debido a la promesa gubernamental de otorgarles cuanto antes títulos de posesión comunal de tierras y servicios adecuados. Hubo, sin embargo, una decena de comunidades que se negaron a salir, sobre todo las que tenían sus trámites sobre derechos agrarios ya avanzados. Sus habitantes pronto se vieron amenazados por el cerco que sobre el terreno mandaron efectuar las autoridades con el fin de deslindar de facto el área reservada a los lacandones. Los grupos en conflicto decidieron oponerse a la apertura de "la brecha", a veces llegando a formar barreras humanas que por su sola presencia impidieron las mediciones. Estos irreductibles, en buena parte ex peones de las fincas, no quisieron volver a la condición de "acasillados", ahora dentro de un latifundio gubernamental.
 


El gobierno volvió a cometer los mismos errores de 1972 al crear, seis años más tarde, la reserva Integral de la Biósfera "Montes Azules". Elaboró el decreto, de nuevo, sin conocimiento de la situación demográfica de aquella parte de la Selva Lacandona. El área considerada como despoblada por los expertos oficiales en el momento de su constitución en realidad estaba ya ocupada por más de 10 colonias, con una población aproximada de 5.000 habitantes. Para colmo, se sobreponía en un 80 por ciento al territorio de la Comunidad Lacandona e invadía, por el noreste y el occidente, una considerable extension ya colonizada. Por ejemplo, los habitantes tzeltales de Velasco Suárez, ahora llamada Nueva Palestina, descubrieron que vivían una vez más en terreno prohibido. Ante el creciente descontento de los colonos selváticos el gobierno no tuvo más remedio que dar marcha atrás. En 1979 los integrantes de Nueva Palestina y Frontera Corozal (el antiguo Frontera Echeverría) consiguieron sus derechos sobre los bienes comunales decretados en 1972, con voz y voto en la toma de desiciones de las asambleas en donde los lacandones, sin embargo, conservaron la presidencia. 

A pesar de las políticas de conservación, reflejadas en las últimas desiciones presidenciales, los tres frentes destructores -madereros, ganaderos y campesinos- continuaron avanzando sobre las reservas vegetales y animales de la Selva Lacandona. Caminaron a paso cada vez más rápido y devoraron áreas extensas. En 30 años (hacia 2003)* destruyeron más de la mitad de la arboleda original. Muchos espacios talados entraron en un proceso irreversible de empobrecimiento de la tierra debido a la erosión y el progresivo agotamiento de la delgada capa de suelo fértil que la selva posee. Por demás las lluvias, antes abundantes, se volvieron escasas y caprichosas.

En los años 1981 y 1982 el panorama demográfico se agravó aún más debido a la llegada de unos 20.000, o tal vez 30.000, refugiados guatemaltecos a la parte sur de la Selva Lacandona. La mayoría vino huyendo de las colonias de El Ixcán, fundadas una década antes por misioneros estadounidenses de Maryknoll y ahora arrasadas por las tropas del ejército guatemalteco. Establecieron campamentos provisionales en la cercanía de ranchos y ejidos mexicanos de la zona de Las Margaritas y, si era posible, en la zona de la frontera ya que no perdían la esperanza de poder regresar a su tierra natal cuanto antes. Los refugiados, por su gran número y situación de extrema necesidad, constituyeron una carga que rebasaba ampliamente los recursos de la población receptora. Afortunadamente contaron pronto con la ayuda de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, y más tarde también con el apoyo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y de la comisión Mexicana de Ayuda a Refugiados. La aglomeración, en octubre de 1982, de 14.000 refugiados en el solo campamento de Puerto Rico, a orillas del río Lacantún, nos da una idea de la repentina inflación demográfica ya que por entonces en toda la zona de Marqués de Comillas no vivían más de 10.000 colonos mexicanos. Este problema recibió una solución parcial cuando en 1984 el gobierno mexicano, por razones de seguridad nacional, decidió trasladar a los guatemaltecos a Campeche y Quintana Roo. Más o menos la mitad accedió a la remoción, los demás prefirieron buscar asilo en ejidos dispuestos a acogerlos, aún perdiendo así el estatuto de refugiados oficialmente reconocidos.   

En el último tiempo (este escrito es de 2003)* se han hecho varios diagnósticos sobre la precaria situación en la cual se encuentra actualmente la región. a través de ellos el gobierno esperaba llegar a una planeación más adecuada para atender a los múltiples problemas originados por la sobreexplotación de los recursos naturales y la sobrecolonización de los espacios disponibles. Sabemos ahora que la Selva Lacandona tiene el triste privilegio de ser la zona más marginada del estado más pobre de la República Méxicana. Llama la atención el cuadro de carencias básicas padecidas por la gente, entre ellas la falta de comunicación, educación, atención médica y servicios elementales como el drenaje, la luz eléctrica y el agua potable.

La necesidad más apremiante (a mediados de los 80)* era sin duda el reconocimiento oficial de muchos asentamientos formados de manera espontánea durante las décadas anteriores. En el terreno agrario la ARIC (Asociación Rural de Interés Colectivo) ganó una importante batalla cuando en 1989, finalmente, 26 poblados en litigio recibieron sus títulos de propiedad. Otro logro fue la constitución de una unión de crédito y la obtención (unos años antes) de un permiso de la Secretaría de Comercio para exportar café, su principal producto comerciable, a Estados Unidos y Suiza. Otro paso adelante fue el convenio que en 1987 la ARIC suscribió con los gobiernos estatal y federal en el cual se comprometió a proteger las zonas forestales aún no destruidas de los Montes Azules.

Todos estos beneficios no se conquistaron sin pagar el precio de una cooptación cada vez mayor por las autoridades estatales y federales. En el seno de la asociación surgieron serias divergencias entre los líderes y asesores por un lado, y buena parte de la base por otro. Muchos miembros no vieron mejorar sustancialmente su nivel de vida a pesar de los avances organizativos. Es ese descontento el que por casi una década tuvo tiempo y oportunidad para desarrollarse en el aislamiento de los parajes de Las Cañadas y en la clandestinidad de las mentes de sus habitantes. Una señal de la creciente oposición política fue el surgimiento, en 1991, de una nueva organización, la Alianza Nacional Campesina Indígena "Emiliano Zapata" (ANCIEZ), fundada por campesinos disidentes del municipio de Altamirano, quienes se declararon en favor de una línea de acción mucho más radical para solucionar los múltiples problemas que seguían pendientes. El 12 de octubre de 1992, al marchar en San Cristóbal de las Casas para conmemorar "500 años de opresión colonial", estos campesinos impresionaron por su multitud y la disciplina casi militar por ella desplegada. Muy pocos espectadores entonces se dieron cuenta que aquella manifestación en realidad era un ensayo de fuerza convocatoria montado por los comités de un movimiento armado clandestino que se llamaba Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Presente en la vida pública bajo la máscara protectora de ANCIEZ llevaba ya 10 años de gestación oculta en los Altos de Chiapas y la Selva Lacandona. El primero de enero de 1994 se hizo conocer en el escenario político nacional con la toma de siete cabeceras municipales y la declaración de guerra al ejército mexicano.

La capacidad organizativa de la gente de Las Cañadas y su reciente reacción violenta contrasta con la posición menos antagónica de los habitantes de las demás subregiones de la Selva Lacandona. Son varios los factores que explican tal actitud, entre ellos sobre todo el trato preferencial que los habitantes de algunas comunidades habían recibido del gobierno para satisfacer sus necesidades básicas de producción y comercialización. También influyó la composición más heterogénea de su población, tanto a nivel étnico como religioso y sociocultural. Los ejidatarios no fueron los únicos en querer convertir la selva en un espacio de aprovechamiento económico o de influencia social con base en una estrategia específica. Lo hicieron muchos otros grupos, entre ellos las empresas madereras, las iglesias misioneras, los movimientos de izquierda, las instituciones conservacionistas, los organismos financieros internacionales y las dependencias del gobierno. En esta lista entraron por último los rebeldes zapatistas y las mafias del narcotráfico, que poseen sobre la Selva Lacandona muy disímiles planes, en ambos casos clandestinos. El impresionante abanico de procesos y proyectos no elimina, sin embargo, ninguna de las calamidades que afectan a la región y que fueron mencionadas al principio del presente ensayo: la destrucción de la naturaleza, el desamparo de las colonias, la polarización ideológica de su gente, la galopante militarización y la próxima embestida neoliberal. Como si ellas no fueran suficientes el gobierno añadió a la problemática una sexta dimensión por las acciones contradictorias con las que sigue enfrentando la situación. Por un lado tiene el legitimo deseo de conservar la reserva ecológica de Montes Azules y contrarrestar la destrucción de su entorno. Por otra parte siente la enorme presión moral de solucionar, de una vez por todas, la tenencia de la tierra en las zonas habitadas. Pero también esta decidido a explotar, en forma intensiva, los recursos todavía vírgenes que posee la selva: el petroleo, la fuerza hidroeléctrica y la riqueza biológica. Para facilitar los cortes de madera que aún son rentables y preparar la extracción petrolera cubrió la selva con una red de caminos que llevo consigo, como consecuencia inevitable, el aumento de colonización y de la tala del bosque. Ha introducido así un nuevo agente de destrucción: los ingenieros constructores de caminos y pozos de perforación. En cuanto a la energía eléctrica el gobierno tiene en proyecto desde hace tiempo la construcción de una decena de presas sobre los ríos más caudalosos de la selva, presas que inundarán una buena parte de la tierra, hoy ocupada por campesinos o cubierta todavía por arboledas. La conversión de la Selva Lacandona en una "Finlandia tropical" se encuentra aún en estado embrional, no así la reciente ampliación vial por el ejército mexicano. Pero los nuevos caminos no están planeados para sacar a las comunidades de su aislamiento sino para agilizar el movimiento de tropas cada vez más numerosas y mejor pertrechadas. La ocupación militar de la región es sin duda la peor calamidad de todas las que cayeron en suerte a la Selva Lacandona y sus habitantes. Es imposible atender a los problemas, y menos aún solucionarlos, con la continua amenaza de las armas encima. No cabe duda, pues, que la Selva Lacandona está herida de muerte (...).


Extracto del capítulo introductorio al libro "Viaje al Desierto de la Soledad", de Jan de Vos (Editorial Porrúa, México, 2003).

Con permiso de CIESAS (Centro de Investigación y Estudios Superiores en Antropología Social).

*Las notas con asterisco se agregaron con la exclusiva intención de brindar información complementaria al lector.

domingo, 20 de noviembre de 2022

Territorio encendido


Cañón del Apurimac ©DLeynaud

Paisaje

Árboles de este tiempo, verdes, 
Blancas colinas de La Mar,
Nada importa ni los árboles cantados.
En un bosque, oloroso, yacen los que ya no
Mientras nosotros consumimos sus fúnebres cigarros.

Olivos del amor, ¿Que ha sucedido?
Nace la alegría de tu boca 
Rodeándonos como el agua en los huertos de Huamanga

¿Qué ha sucedido? Sauces de la infancia
Dormidos nuevamente bajo el sol.
¿Qué cosa, generosos nísperos, ha sucedido?
Inolvidables árboles de mi vida.
Repito vuestros nombres y la boca se me llena de vidrio.
Una culpable felicidad traspasa mi memoria
Como un puñal de seda.
Ciegos y hermosos fuimos entre las verdes hojas,
Igual que una sonrisa.
¿Qué ha sucedido que no tengo ojos? 
Cielos que no me colmen de una atroz hermosura.

Muy pronto no habrá nadie, sino el atardecer
Como un árbol quemado, y no ustedes
Vivirán a su sombra, bien lo sé.
Vive de todo esto, la poesía, 
En cuya hoguera, nada es, si no quema.
Nada importan los árboles callados, las preguntas.
El viento nos despeina todavía. 
Solamente por ellos, por ustedes, 
Por la tierra, los árboles,
Y acaso, amor, por ti,
Descabellado sueño, hace tiempo soñado.



                                    César Calvo (Poemario)



   Nosotros no hemos muerto jamás entre los pinos

En el Cusco, la piedra donde antaño nacían los violentos arcoiris, el tiempo de los héroes son diez huellas pequeñas en el borde de un pozo. Cayó aqui Sinchi Roca, Hijo del Sol matado por sus manos. Fueran ojos mis ojos si miraran, pero nada es memoria. Piedra sola partida por un rayo, sino este musgo negro, estas víboras mansas. 

Los compañeros en cambio, con los ojos abiertos al peligro, soñaban más que nunca.Y ahora entre estas tumbas que son nuestras, las que ellos predijeron no serán encontradas jamás, ninguna piedra es señal de su paso, ni un arcoiris de humo se levanta, la soga del ahorcado no logró sostenernos. Nuestro heroísmo terminó con un palmo de narices en tierra al pie del árbol que buscamos entonces bajo la luna del siguiente día en las escalinatas de Ollantaytambo, tocando piedras muertas hace siglos, oyendo el viento negro de los lagos helados. No hay silencio posible, no hay olvido y nada encontraremos sino muros, más allá de estos muros, acaso alguna roca de cristal, semejante a nuestro amor, que suene inútilmente. Los compañeros ya jadeantes, nunca. 

Nosotros compartimos otro vaso y el silencio es el mismo, no hay olvido, el rumor de los lagos nos lleva. Según se sabe Pedro agonizó tres noches, aún veía cuando los compañeros ya no tenían ojos a causa de los buitres. Él pudo recordar, oir su infancia, una casa cubierta por las olas, mientras un pico negro le buscaba el corazón. Cuando dejaremos de huir y de esperar. De todo lo que amamos solo queda la Piedra de Sinchi Roca y la desconocida Puerta de los Hermanos que entraron a la tierra. 

Nosotros no hemos muerto jamás entre los pinos, nos hallamos tendidos bajo el follaje inmóvil y respiramos todavía esta inútil frescura. No hay olvido, mientras nos decidimos a volver a su encuentro.



                               Cesar Calvo (Poesía en el Cusco)



A orillas del Drawa, alguna vez

Era entonces la vida como una 
jarcia al viento, en los altos establos o en la noche  
el día de tus aguas rodeaba mi corazón, 
y sobre ágiles campos de cebada, tú, 
cómplice de mi infancia, Drawa de labios húmedos,
inventabas los juegos y los cantos.
Todo nacía de tu mano azul, todo volaba
oh río de ojos claros, como claro milagro.

Detenerte no puedo en esos años, cuando
el amable invierno te extendía como una blanca súplica
limosnero de mis pies y las estrellas
infatigable y luminoso y cálido, duende bueno 
girando en mi alegría bajo los pinos enjoyados 
como esqueletos de astros; o en el granero, tú y yo,
recostados, prohibidos en el heno, hasta que las agujas de los gallos 
asediaban mis ojos, y el sol se incorporaba 
como un convaleciente entre tus brazos, brazos de 
invierno amable, pecho cándido, prestidigitador 
omnipotente: entre tus verdes brazos que 
no pudieron tampoco retener esos años, retenerme.

Negra y sedienta hoguera de la memoria en torno 
a la cual danzan niños de ojos quemados,
crece hoy en tu lugar sobre las ruinas del invierno.
¡Cómplice de mis cantos, Drawa de labios húmedos,
oh río de ojos claros como un claro milagro,
ninguna huella dejan mis pies al recordarte:
al igual que tus aguas, el blanco tiempo del amor, 
la infancia, se evaporó en los ojos de aquel negro verano!


                             Cesar Calvo (El último poema…)

                                                                         

Piedra sola, Pumamarca, Cusco ©DLeynaud


miércoles, 2 de noviembre de 2022

Qoyllursayana (el dominio de las estrellas)



Qoyllursayana ©DLeynaud

Así se llama a las piedras labradas con forma de bandeja, por lo general redondas u ovaladas, que encontramos en algunas de las wakas del Cusco. Su función consiste en retener sobre la superficie cóncava determinada cantidad de agua lo que las transforma por refracción natural de la luz en espejos orientados al cielo. Eran utilizados por los sacerdotes en el contexto ritual de la observación astronómica nocturna para seguir a determinadas estrellas y grupos estelares durante su tránsito por el espacio. 


El espacio celeste

Los asterismos o agrupaciones de estrellas observados por las antiguas culturas del Perú conforman un ordenado sistema simbólico. En el gran anfiteatro del cosmos que es el espacio andino se manifiesta la voluntad de una fuerza creadora cuyos avatares climáticos configuran sobre la tierra el ciclo de la vida mediante la distribución de las aguas, los eventos atmosféricos y la regeneración de las especies. Los interlocutores con aquel cosmos llegaron a ser poderosos sacerdotes encumbrados en la élite gobernante, actores cuyos conocimientos se hallaban circunscriptos a un grupo hermético. Sin embargo, el hombre común, el campesino habitante de las diferentes regiones del territorio alejadas de los centros de poder utilizaba también métodos de observación de astros y constelaciones cuyo movimiento aparente en el cielo, combinado con las señales que le brindaba estacionalmente la naturaleza, le permitió programar y optimizar la actividad de su chacra: el momento ideal para la siembra, la cosecha y el ciclo reproductivo de los animales.

Para la cultura incaica propiamente dicha las estrellas eran “illas” o talismanes celestiales, entidades brillantes protectoras de los ciclos ligados a las actividades productivas del hombre, de las que eran corresponsables, de allí la necesidad de ofrendarles. Estas illas podían actuar en favor de una buena cosecha protegiendo a las sementeras de eventos indeseados como granizadas, lluvias excesivas o sequías producidos en el Kay Pacha, o "tiempo/espacio de aquí". Sobre ellas por lo tanto recaía el pedido de una buena temporada de aguaceros, maduración correcta de los frutos, multiplicación de los rebaños, salud, en fin, de todo lo relacionado con el equilibrio natural en un ecosistema sometido a los rigores climáticos extremos, como el fenómeno de El Niño. Había entonces que lograr el beneficio de los dioses para sortear las vicisitudes, caso contrario el "espacio terrenal" podía perturbarse y entrar en un profundo caos, generando una catástrofe en forma de hambrunas o enfermedades que golpearían a una población demográficamente muy expandida y dependiente de la producción agrícola para su subsistencia. Este pensamiento se corresponde, en cierto modo, con el principio político de reciprocidaddar para obtener un beneficio posterior.

El espacio celeste era pensado por la gran cultura andina como un lugar repleto de recursos, un ámbito con el que había que dialogar, con el que había que formular acuerdos.


Antecedentes

Es muy importante remarcar que no han sido los Incas los únicos poseedores de una cosmología compleja en el contexto de las sociedades prehispánicas del sur de América. Cientos de años antes otros grupos étnicos que poblaron el vasto territorio que se extiende desde el ecuador hasta el trópico de capricornio, incluso más al sur, practicaron observaciones espaciales y registros relacionados a ciclos solares y estelares. Quizás no existan vestigios materiales de todos ellos pero sus saberes fueron transmitidos y heredados mediante una intrincada red, en la oralidad, en los mitos y en otros intercambios. Estos siglos de experiencia previa en la observación del cielo del hemisferio sur, de ir moldeando conceptos, sirvió para dar forma al nutrido corpus que poseía la sociedad indígena al momento de la invasión europea. Sin duda la gran cultura Inca del tercer y último horizonte se benefició enormemente con toda esa experiencia. 

Un ejemplo de esto son los monumentos del intrigante Chavín, entre los que se encuentra la llamada piedra de las Pléyades, que no es otra cosa que una gran Qoyllursayana con siete cavidades horadadas en un cuerpo pétreo con forma de un gran felino y cuya manufactura precede por más de mil años a la ascensión del poblado de Cusco al rango de urbanización. Por otra parte en la conocida como Huaca del Sol y de la Luna, ubicada en el departamento peruano de La Libertad, se encuentra, en uno de sus recintos, un magnífico friso con pinturas realizadas por la cultura Moche hacia el siglo III de la presente era en el cual se describen acontecimientos estelares detallados con gran maestría y delicadeza. Estos son sólo un par de ejemplos de un complejo entramado de representaciones, que incluyen además del arte lítico o mural a la iconografía en diseños textiles y objetos de cerámica presentes en las culturas Nasca, Pucará, Tiawanaku, Huari, Chimú, Chancay, Chachapoyas, Chincha y Aymara.


Grupos Estelares - Las Pléyades: 

Las Pléyades eran el grupo estelar más relevante para los pueblos andinos. En el Cusco se las conocía con el nombre de Qolca (granero) o Qoto (como llaman al piloncito de papas u otros productos que las mujeres ofrecen sobre sus mantas, en los mercados). Su importancia no solo era central por motivos rituales y calendarios, sino que constituía un eficiente oráculo para predecir, mediante su observación en las qoyllursayanas (o como lo hacen incluso hoy en día los campesinos de ciertas zonas de los andes, en las cochas) el advenimiento de fenómenos climáticos. Este hecho de suma importancia se comprueba de la manera siguiente: cuando se aproxima una temporada de El Niño la humedad acumulada en el área sureste de los andes peruanos se incrementa al extremo de enrarecer la atmósfera, normalmente seca, y la visión habitual de las siete estrellas nítidas que componen el grupo en el cielo nocturno se perturba, tornándose borrosa, lo que representa el presagio de un futuro desequilibrio ambiental. Los dioses climáticos del Perú antiguo ponían desde el cielo sobre aviso a los hombres que próximamente habría contratiempos: lluvias a destiempo, excesivas, violentas granizadas e inundaciones, entre otra serie de desequilibrios. Esto sucedía periódicamente y sucede hoy en día con las mismas consecuencias devastadoras. Estar sobre aviso era primordial.


Qolca (Pléyades) ©Estes/Sasse


Una celebración moderna nos permite imaginar, tras su velo sincrético, lo que debió ser en el pasado un festejo mayor del pueblo andino: me refiero a la peregrinación al santuario del Señor de Qoyllur Riti (Estrella de Nieve), que se realiza anualmente pero con motivos cristianizados hacia la mismísima época de reaparición de la Qolca en el cielo en Sinakara, provincia de Quispicanchis, Cusco. Un magnífico evento al que tuve la gran fortuna de poder concurrir en tres oportunidades y en todo su desarrollo: desde el peregrinaje al santuario del Señor de la Estrella de Nieve, al pié del glaciar Colque Punku, hasta el ritual de Inti Alabado en la pampa de Tayankani.      


Ch'aska: 

Los Incas llamaban al planeta Venus Ch'aska Qoyllur, que en quechua significa "estrella de cabello enredado". Ch'aska es una de las Puriq Qoyllur, o "estrella que camina", debido al derrotero irregular con el que alterna su aparición en los crepúsculos. Es considerada en ciertos mitos muy antiguos del Cusco como un Auki, hijo predilecto del Inca que podía llegar a coronarse alguna vez supremo gobernante. El Inca delegaba en este Auki actividades de supervisión directa sobre el cumplimiento de sus órdenes en pueblos y lugares en los que no podía estar presente personalmente, lo que transformaba a la estrella en un verdadero lugarteniente celestial. El concepto Auki es muy interesante y demandaría una nota completa para ir desentrañándolo, debiendo incluir en él a todas las representaciones simbólicas del Inca en forma de figuras o bultos investidas de sus atributos y que los contingentes político militares del Cusco transportaban brindándole al soberano el don de ubicuidad por el cual podía estar "presente" en expediciones, guerras o de visita a los señores de otras regiones.   

El nombre Ch'aska siempre es compuesto, lo acompaña un adverbio que determina la posición matutina (Paqariq Ch'aska) o vespertina (Ch'isin Chaska) del astro. En el Cusco se llama cariñosamente "chaskosita" a la mujer de cabellos desflecados o enredados.      


Las Chakanas: 

Hay incontables Chakanas en el espacio pero ninguna de ellas tiene relación con el signo escalonado al que un mito moderno le atribuye erróneamente el nombre Chakana. Podemos tomar cuatro estrellas y unirlas para obtener una X o "cruz" imaginaria. La Chakana más grande del cielo se forma uniendo de a pares a los cuatro astros que configuran las extremidades de la constelación occidental de Orión (Betelgeuese, Aldebarán, Rigel y Saiph) Esta Gran Chakana o Hatun Cruz, tal es su nombre contemporáneose observa nítidamente sobre el cielo del Cusco en el centro de la bóveda celeste a comienzos del mes de mayo. Probablemente sea ésta Gran Chakana la alineación que describe, en el centro de su dibujo, el cronista indígena Juan Santa Cruz Pachacuti Yamki Salkamaygua, en el que el autor copia (por referencia) un mapa del cosmos que, según la crónica, estaba grabado sobre láminas de metal brillante en uno de los recintos principales del Templo del Sol.

La alineación conocida como Huchuy Chakana, (pequeña Chakana) es otro ejemplo de Chakana que encontramos en el cielo, en este caso en una posición austral. Su diseño, similar al azadón utilizado por los campesinos andinos, hace suponer un simbolismo agrícola. En occidente se la conoce como constelación de la Cruz del Sur.   


Urkuch'illay: 

Urqucha = machito; Illa(y) = resplandeciente. La "Llama Resplandeciente" es un grupo de estrellas que se ubica sobre la constelación de Lyra. Según Garcilaso era reverenciada por los pastores, en su crónica la menciona como " ... una llama o alpaca de muchos colores, siendo aliada de la conservación de la especie". Las Illas y Conopas son unas pequeñas figurillas de plata maciza o piedra, objetos muy importantes en el contexto ritual tienen por lo general unos cinco centímetros de altura y representan llamas. Se utilizan en enterramientos y pagos con fines propiciatorios.        


Los Amarus:

Son dos serpientes que habitan en el cielo y que, según cuentan los amautas, tenían la función de integrar los mundos. Estas representaciones simbólicas de grandes ofidios celestiales eran sumamente veneradas en el antiguo mundo andino. Una de ellas, Sach'amama, se encuentra sobre la constelación del Escorpión y es un ofidio terrestre que, según la mitología, se subió a un gran árbol y de allí pasó al cielo, donde comenzó a brillar con gran intensidad. El otro Amaru se encuentra al norte, en la constelación de la Osa Mayor, y su nombre es Yacumama. Este grupo de estrellas aparece periódicamente en el cielo por el norte y se pone en el nordeste, que es la dirección donde se encuentran los grandes ríos amazónicos. Yacumama es la gran serpiente amazónica que repta por el espacio, la madre de las aguas selváticas.

Amarus ©DLeynaud

Chuqui Chinchay o Choque Chinchay: 

Aquí el asunto se complica un poco. No está claro si Chuqui Chinchay (El Felino de Oro) es una constelación formada por ciertas estrellas del grupo del Escorpión o se llamaba así únicamente a Antares, la gran estrella roja que brilla en su interior. En mi opinión podría tratarse de un avatar producto de la yuxtaposición del Felino (que en realidad es un Gato Montés) con el Amaru. Existe un antiquísimo mito que habla del llamado “Felino de fuego”, como un animal con cuerpo de gato montés* y cola de serpiente, que emitía rayos, producía truenos, escupía granizo y convertía su orín en lluvia. Tenía una importantísima relación con los ritos del agua desde época pre-Inca, y es el mismo animal que se encuentra grabado en el pectoral del personaje que está en el dintel de la Puerta del Sol de Tiahuanaco, así también como en el oficiante o chamán representado en una valiosa cerámica Nasca conocida con el nombre de "Divinidad Suprema".

*Leopardus Jacobita 


Willka Wara o K'ancha Wara:

Willka Wara, o “Estrella Sagrada”, es Sirio, el cuerpo estelar más brillante del cielo, que se encuentra en el corazón del Can Mayor. Se hace visible cada noche desde el mes de noviembre y permanece en el cielo hasta el mes de junio, el mismo período de tiempo que demanda el cultivo, recolección y secado de la papa serrana, desde la siembra hasta ser transformada en chuñomoraya, dos alimentos primordiales para el pueblo altoandino. Se la considera por lo tanto protectora de este tipo de cultivos.   


Llamakancha:

Tres constelaciones llevan este nombre, que significa "El corral de las llamas". Son reconocidas porque sus formas semejan un corral de pirca. La primera se sitúa exactamente en la Corona Boreal y la segunda en la Corona Austral. Por su parte el registro etnográfico refiere que los Qeros, un pueblo muy antiguo de la provincia de Paurcartambo, en el Cusco, hablan de ellas con gran devoción, y de una tercera Llamakancha, que se encuentra ubicada en la constelación de Carina. Llamakancha es la constelación tutelar de los "llameros", hombres que se dedican a la crianza de camélidos. 


Willka Mayu:

La vía láctea es Willka Mayu, el gran "Río Sagrado" o "Celestial". Una peregrinación que el cronista Cristóbal de Molina describió con detalle se realizaba hacia el solsticio del mes de junio y era el tercer gran rito estacional del calendario incaico. El evento coincidía con el inicio del nuevo año y en él se reverenciaba a la Vía Láctea como oferente de las aguas que se derraman sobre la tierra. Lo llevaba a cabo el grupo de sacerdotes Tarpuntay, orden dedicada exclusivamente a las celebraciones agrarias. Durante diez días este grupo religioso peregrinaba desde el cerro Huanacauri, al sur de la ciudad, trazando un camino recto por las montañas hasta el santuario de Vilcanota, sito en La Raya, sobre las alturas divisorias del los actuales departamentos de Cusco y Puno. Era un ritual muy importante, con él se inauguraba un nuevo ciclo de trabajo agrícola, peticionando por futuras lluvias en un momento del año (mes de junio) en el que el cielo está totalmente despejado de nubosidad. Wilka Mayu se observa con toda su blancura extendiéndose sobre los valles centrales cusqueños. En el extremo sureste el gran "río sagrado" parece recostarse y tocar los nevados de La Raya, derramando simbólicamente el líquido precioso sobre los glaciares en los que nace el río Willkamayu (Vilcanota), cuyo cauce los sacerdotes seguían al regreso descendiendo a través de cañadas y valles por sitios como Rurucachi, Sicuani, Cacha Viracocha, Urcos, Pisaq, etc, hasta llegar a Ollantaytambo. Aquí los sacerdotes Tarpuntay abandonaban el acompañamiento de las aguas sagradas retornando al Cusco por un camino más corto a través de la quebrada de los Pomatales, Huarocondo, la Pampa de Anta y Poroy, para ingresar a la ciudad por el norte y finalizar el ritual en el Templo del Sol. Esta peregrinación se repetía durante el mes de noviembre, pero entonces realizando el recorrido de manera inversa, es decir remontando las aguas río arriba. Esta segunda fase del evento tenía lugar ya iniciada la temporada de lluvias en la región y probablemente su significado fuese expresar agradecimiento por el precioso líquido recibido.


Las constelaciones negras: 

Son las manchas oscuras que se ven en la vía láctea, cada una de ellas representa a un animal que habita la biosfera andina. La mas importante es la Llama, pero también hay una Perdiz, un  Zorro, un Sapo, un Cóndor, etc. Entre todos ellos se observa también la figura de un pastor. Nos ocuparemos de ellas en una próxima entrada.


Los Cometas:

"... y de las cometas saben lo que ha de suceder, buena o mala señal",  Guamán Poma de Ayala.

... continuará

jueves, 29 de septiembre de 2022

Alegoría del Sol Cenit


En el Cusco de época anterior al proceso de extirpación de idolatrías se realizaban todos los años importantes ceremonias de adoración al Sol. Dos de ellas tenían lugar durante su paso por el cenit.


Se llama Sol-Cenit al momento en que el Sol transita sobre el paralelo de un lugar en el punto mas alto del cielo. Esto se observa en la ciudad de Quito durante los equinoccios de marzo y septiembre, pero no sucede durante las mismas fechas en Cusco debido a que la antigua capital del Tahuantinsuyu se ubica a 13° 30" de latitud sur respecto del ecuador terrestre. Por lo tanto los tránsitos cenitales se producen aquí los días 30 de octubre y el 13 de febrero.

Estas son los únicos días del año en las que un objeto no produce sombra en el suelo, al mediodíaEl evento puede remitir a una simple experiencia visual, sin embargo era muy importante durante la época incaica, cuyo máximo gobernante ostentaba el título de representante del Sol en la tierra, por lo tanto la acción de recibir los rayos de luz en el preciso momento en el que el astro se encontraba en lo mas alto de la bóveda celeste era un acontecimiento primordial desde el punto de vista cosmológico y político, pensamientos que no estaban disociados en la antigua sociedad andina, cuya estructura de poder regio dominaba los vínculos con el cielo.

El tránsito cenital se repite dos veces cada 365 días en toda el área ubicada entre los trópicos, y acontece solo una vez al llegar a ellos; entonces el sol se detiene (solsticio) en la curva que forma la “S” de su recorrido aparente (o eclíptica) para “regresar” lentamente al otro hemisferio. De este modo se produce el ciclo de las estaciones en ambas partes del globo.

Huaca de Susurpuquio (Inkilltambo)
©DLeynaud


Conociendo la posición exacta de las salidas y puestas durante los solsticios de diciembre y junio (cuando el sol alcanza los trópicos), y mediante las observaciones del Sol-Cenit en octubre y febrero, los sabios andinos lograron ajustar su calendario de manera eficiente, lo que les sirvió para el desarrollo de la producción agraria, como instrumento para organizar grupos sociopolíticos y ordenar sus intereses productivos, regular la irrigación de los campos, controlar la ganadería, el uso de los caminos y de la fuentes de agua; en fin, de toda la labor humana, incluyendo el almacenamiento de gran cantidad de bienes en los depósitos del Estado (qolcas) y el cobro de tributos en las distintas regiones del extenso territorio que estaba bajo su administración. Para todo hubo, en el Peru antiguo, un tiempo específico y programado.

Si bien la técnica que utilizaban para llevar la cuenta de los días es una incógnita para nosotros es factible proponer que los incas dividían el tiempo en meses lunares y móviles, enmarcados dentro del año tropical solar. El calendario andino no fue descripto de manera eficiente por los cronistas debido a poseer estos una visión limitada por los preceptos culturales europeos de la época y a su desconocimiento de la astronomía, de tal forma que los datos presentados en los escritos son confusos y contradictorios a la hora de ser estudiados; como resultado de ello cualquier intento de reconstruir su mecánica concluye en una hipótesis. La situación es muy diferente a la que encontramos en mesoamérica, donde las estructuras calendarias y su forma de medir el tiempo perduraron y continúan siendo utilizadas en el presente. Por cierto, no contamos tampoco con la valiosa ayuda de fuentes originales como los códices y las inscripciones jeroglíficas grabadas en estelas y paneles de piedra. La aislada sociedad andina alcanzó la cumbre de su desarrollo como civilización siendo clasista y ágrafa, por lo tanto la mayor parte de sus conocimientos sucumbieron junto al hermetismo del poder que los centralizaba, amén de la labor realizada posteriormente por voluntariosas manos evangelizadoras.

Sin eufemismos

La destrucción de ídolos, tejidos, momias, queros, vasijas, monumentos y todo tipo de objeto considerado parafernalia utilizada en rituales idólatras fue una acción sistemática fomentada por la iglesia y los administradores de justicia virreinales, que apuntaba específicamente a desarraigar los cultos autóctonos, exterminándolos por la fuerza. Con tal tenacidad funcionó esta empresa que a comienzo del siglo XVII existió en el Perú el cargo de instrucción denominado “Visitador de Idolatrías”. Esta continua persecución represento una pérdida irreparable en la herencia cultural de los pueblos andinos. La empresa evangelizadora fue uno de los títulos jurídicos de la conquista, que luego del sometimiento por las armas inició la colonización espiritual, actitud que con el correr del tiempo, y por sus resultados ambiguos, se endureció a extremos inquisitoriales.

Ceques e hipótesis

Afortunadamente ha quedado documentada por el cronista, encomendero y funcionario virreinal Polo de Ondegardo una detallada relación de los ritos que se llevaban a cabo en las principales wak'as (de entre las 328 integrantes) del sistema de 41 Ceques del valle de Cusco (en el que cada adoratorio tenía asignada una fecha determinada para los oficios). En la representación hipotética del calendario de Ceques se le otorga a cada día un espacio dentro del año lunar sinódico (de 328 días), obteniendo de este modo 12 meses de duración desigual, más un 13avo mes que estaba compuesto por días que no se contaban como laborables y sucedía durante el período de ocultamiento de las Pléyades (37 días). Era el momento del descanso una vez finalizado el acopio en los almacenes o qolcas. Dicho lapso completaba el año solar (328+37=365) y acontecía alrededor del mes de mayo. 

El Templo del Sol

Mediciones realizadas in situ revelan un interesante dato referido al 13avo mes: en el Templo del Sol, el más importante espacio ceremonial del Cusco y punto central desde donde irradian los ceques hacia las diferentes direcciones del valle, el pasillo que separa los principales adoratorios (donde se encontraban las decoraciones de oro y telas finas en el marco de las hornacinas y el ídolo/bulto laminado de metal precioso descripto por los primeros españoles en ingresar al sitio), está orientado, observando hacia el este, en una alineación exacta correspondiente con la primera aparición helíaca de las Pléyades (constelación llamada Qolca) la madrugada del 25 de mayo, sobre el horizonte que forman los cerros que rodean la ciudad. Esta primera aparición en el cielo nocturno de aquel grupo estelar definiría las siguientes fechas del calendario andino: a) durante la luna llena mas cercana al 25 de Mayo se realizaba la gran celebración del mes (nótese su coincidencia espacial con el actual Qoyllur Riti); b) desde la luna nueva previa a ésta y hasta la de mediados de junio era el "mes" de descanso (en el cual se realizaba la reunión de las comunidades); c) Durante la luna nueva posterior, de mediados de junio en adelante, se iniciaba un nuevo año con la celebración de Inti Raymi y el solsticio. Los ciclos lunares y la posición de ciertas constelaciones eran determinantes en la partición de los meses dentro del calendario Incaico, en este caso para el cierre del ciclo productivo y el inicio de un nuevo año.

Los textiles como soporte ideológico 

Otros documentos históricos nos informan de las túnicas o uncus que vestían el Inca y su corte durante los fastos, y de los diseños de las telas (llamados tocapus), en las que se representan motivos determinados para cada mes del año y que los integrantes de los ayllus y las panacas vestían en las procesiones y oficios religiosos. Por otra parte, en la costa central del Perú se halló evidencia material de registro calendario en textiles arqueológicos pertenecientes a la cultura Nazca, una sociedad muy anterior a la Inca, en cuyas magníficas telas figuran bordados en los que se representan ciclos anuales completos. Otro material textil, hallado en Chuquibamba, Arequipa, es un Uncu que parece representar un ciclo solar completo de 365 días.Todo esto forma parte de un corpus material en el que subyacen los fundamentos epistemológicos de la cultura indígena.


Textil Chuquibamba
                                                    
Ritos al Sol

Los actos de adoración, festejo y regocijo del Inca y de sus súbditos en la llaqta del Cusco durante estos días tan peculiares de tránsito cenital se debían, precisamente, al hecho de que el Sol "bajaba" a “sentarse” de lleno, con toda su luz, sobre los asientos tallados en la piedra de las huacas y transitaba sobre las magníficas columnas o mojones -llamadas sukankas en quechua- colocadas en la cima de los cerros de los alrededores de la ciudad. Un magnífico acontecimiento sin lugar a duda.

El momento de “asiento del Sol" tiene, ademas, un componente primordial: prefigura el inicio de la esperada temporada de lluvias, que se manifiesta a partir del mes de noviembre y finaliza en marzo, siendo por lo tanto fecha clave para verificar el calendario agrícola

La observación de amaneceres y puestas durante estos días sirvieron al Inca para calcular también el momento análogo en el que el sol alcanza el Nadir, es decir, cuando llega a su punto más elevado pero en el lado opuesto de la tierra. Si bien no tenemos certeza de que los antiguos observadores del cielo imaginaran este concepto tal cual lo interpretan los astrónomos modernos, es exacta la utilización de aquellas dos fechas para realizar rituales relacionados a la actividad productiva. El Nadir ocurre durante la noche del 26 de abril (fecha de clausura del rito de la cosecha) y el 18 de agosto (día en que se "abre" la tierra). 

Addenda

En el marco de su registro ritual anual los incas incluyeron seis principales observaciones del horizonte: dos de ellas se realizaban durante los solsticios (una a la salida del sol, el 21/12 y otra en su puesta, el 21/6); dos en los amaneceres de los días en que el astro pasa por el cenit (30/10 y 13/2), y dos puestas de sol en el atardecer de los días que se ubican en una fecha intermedia entre cada paso cenital, pero con dirección de observación opuesta a la de estos eventos, que es precisamente cuando el sol pasa por el Nadir.

Fuentes: “El calendario Inca. Tiempo y espacio en la organización ritual del Cusco”, Zuidema, Tom, Fondo Editorial de la Pontificia Universidad Católica del Perú; “La civilización Inca del Cusco”, Zuidema, Tom, Ceques Editores; “Códigos de tiempo. Espacios rituales en el mundo andino”, Zuidema Tom, Apus Graph Ediciones. “El espacio sagrado de los Incas. El sistema de Ceques del Cusco”, Bauer, Brian, Editorial Centro Bartolome de las Casas. "Astronomía Inka", Erwin Salazar Garcés, Editorial Museo Andrés del Castillo. “Historia del Tahuantinsuyu”, Rostworowski de Diez Canseco, Maria, Instituto de Estudios Peruanos. “Los mitos y sus tiempos”, Luis Millones y Alfredo Lopez Austin, Editorial Era. “Observadores del cielo”, Anthony F. Aveni, Editorial Fondo de Cultura Económica.